viernes, 21 de octubre de 2011

Abuela...



En este 21 de octubre, no me despertó una llamada telefónica de madrugada. Pero, todas las madrugadas de este último año la voz de mi padre al otro lado del teléfono sigue retumbando en mis oídos como el arañazo -de arriba a abajo- más doloroso que he vivido nunca.

A éstas horas, hace un año, estaba en una pulcra sala con pisos de mármol oscuro. A media luz, los ojos me dolían como si me estuviera dando el sol de frente. A ratos aparecía alguien que me sacaba de allí y entonces pasaba por delante de una maldita pantalla en la que estaba escrito su nombre: Doña Mª del Carmen Molina González. Primero hija, después madre, mas tarde abuela y al fin bisabuela. Gran hija, mejor madre, la más adorable abuela, la bisabuela mas ilusionada. Y todo eso en casi 90 años.



Yo no sería yo, si no hubiera compartido los primeros 23 años de mi vida con ella.



Decir que era la mejor abuela del mundo es un tópico, pero si puedo decir con total y absoluta seguridad que a mi abuela era imposible no quererla. Despertaba la admiración de toda persona que la conocía. A sus lúcidos 89 años recordaba perfectamente cantares aprendidos en Cuba por su padre Aquilino Molina, coplas de folías cantadas por su madre Petra González Galván, historias de nuestros antepasados teguesteros, como aquella historia sobre Catalina Ramallo, mi tatarabuela, que propinó un enorme golpe a su nieto por llamarla “abuela” y no “Madre Catalina” y haciendo énfasis en el mal humor que según contaba mi abuela tuvo, llamó la atención a la que fuera su nuera por como estaba criando a esos niños que la llamaban abuela.

Mi abuela Carmita, acordándose de esta historia y el “rejo” de Catalina Ramallo, cuando me veía cabreada por algo me llamaba “Catalinita”, y a mí no me quedaba mas remedio que sonreír porque ella sabía que esa era la manera de quitarme el enfado.



Yo quisiera vivir como mi abuela, -mujer tan buena-, siempre sonriendo a la vida pese a las enormes desgracias que a lo largo de sus 89 años, casi 90 vivió.

Hacerse tan mayor da una enorme sabiduría, quizás fruto entre otras muchas cosas de lo terrible que es ir sumando años y restando amigos y familiares.

Perdió a su padre con once años. Vivió la muerte de su madre a la que siempre cuidó. Tuvo seis hijos, de los cuales sobrevivió a dos, Bertita y Pedro. Sobrevivió a mi abuelo, Priscio Felipe García. Hasta el final de sus días rezó cada noche por todos ellos, y por mi primo Juan Antonio, que también se nos fue pronto.

Siempre pienso que la vida fue muy dura, para una persona tan buena como ella, que tenía por bandera “tener paciencia con las flaquezas del prójimo”.



El caso es que recuerde lo que recuerde de mi abuela, todo me trae una sonrisa. Recuerdos dulces. Que suerte que mi padre sea tu hijo. Que suerte ser tu nieta.



Vaya a donde vaya, a cada paso mi “agüe” estará conmigo en mis pensamientos, porque ella ha sido una de esas personas que marcan tu existencia. Vayamos a donde vayamos, ella irá con nosotros, porque sé que ninguno pasa un solo día sin acordarse de ella.


Hoy hace un año que no te veo y solo te pienso. Te queremos mucho Abuela.

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